Luego de que se reseñara la carrera de cada uno de ellos –la del doctor Campodónico como especialista en Ginecología y Obstetricia y académico en el Campus Oriente de nuestro plantel; el doctor Iturriaga, hepatólogo del Campus Centro, y el doctor Vargas, hematoncólogo del Campus Occidente-, el doctor Manuel Kukuljan, decano de la Facultad de Medicina, manifestó el agradecimiento de la comunidad institucional al compromiso y entrega de los nuevos profesores eméritos, relevando que en la trama social que permite la expresión y el desarrollo de los méritos de nuestros estudiantes y académicos, para servir a la sociedad, “ustedes representan sus hilos conductores, porque en torno a las trayectorias que han forjado, son muchos los estudiantes, colegas y pacientes que han podido encontrar su lugar en esta trama y contribuir a un desarrollo global y armónico de la corporación y de la salud en este país. Les agradecemos permitirnos aprender de su ejemplo”.
A ello, mencionó que una de las tareas que corresponde a las autoridades académicas es proporcionar las oportunidades para que individuos de su talla académica, profesional y humana puedan ser referentes. “Si hoy estamos en esta misión es para que en el futuro próximo tengamos egresados de la talla de los doctores Campodónico, Iturriaga y Vargas, que en la medicina de las próximas décadas hagan el aporte que ustedes han hecho en las recién pasadas”.
Emblemas de la salud y la educación pública
Posteriormente, cada uno de los homenajeados se dirigió a los presentes, ocasión en la que el doctor Campodónico recordó su origen como hijo de inmigrantes genoveses, su formación tanto en la Pontificia Universidad Católica como en la Casa de Bello, su labor académica también en ambos planteles, a sus maestros –los doctores Aníbal Rodríguez y Luis Tisné Brousse- y a su equipo de trabajo docente y asistencial. Por su parte, el doctor Iturriaga también rememoró sus inicios como ayudante alumno de los doctores Niemeyer, Gasic y Pizzi, así como su labor en el Hospital San Borja, luego de rechazar una interesante posición en el Hospital Monte Sinaí, en Nueva York, debido a que “sentía que todo mi trabajo iba a ser sólo para mí, y sin trascendencia social”. Culminó sus palabras diciendo que “no sé si fui un buen modelo para mis estudiantes, pero lo intenté ardua y persistentemente; eso es lo que debiéramos hacer todos ante la responsabilidad de formar los mejores médicos para nuestra sociedad”.
El doctor Lautaro Vargas, a su vez, destacó las décadas entregadas tanto a la medicina como a la enseñanza, y se definió como un verdadero producto de la educación pública, señalando que “ha sido un largo camino que hubiera sido casi imposible si no hubiera disfrutado del Estado benefactor chileno de los años ‘40 a los ‘70, como alumno del Liceo Manuel Barros Borgoño y de nuestra casa de estudios”. Asimismo, revisó sus aportes al diagnóstico y tratamiento del cáncer infantil y relevó el trabajo de sus colaboradores en el área.
Finalmente, doctor Ennio Vivaldi se refirió a aquello que de inefable e inconmensurable tienen las trayectorias académicas, asistenciales y científicas de los homenajeados, valores difíciles de explicar desde una perspectiva analítica, pero que “en el gesto de nombrarlos profesores eméritos va implícito lo que quisiéramos como universidad en cuanto a la formación de nuestros estudiantes: similar a la trayectoria, al ejemplo, a la labor que realizaron los doctores Campodónico, Iturriaga y Vargas”. Asimismo, destacó su vinculación a los servicios de salud públicos, siguiendo el ejemplo de generaciones de maestros que contribuyeron al desarrollo sanitario de la nación.